Por Vanessa Padilla
Con los pies hice a un lado las cosas, abriéndome camino entre tantos cartones cubiertos de polvo, me llamó la atención aquella caja pequeña de madera con un pequeño orificio para introducir una llave, fue fácil abrirla con un poco de fuerza y encontré lo que hace tanto tiempo tuve entre mis manos, los pinceles desgastados y unos tubos casi vacíos con residuos de óleo ya seco, también estaba ahí la libreta donde dibujaba y hacía apuntes de mis cuentos más disparatados e ingenuos, y entre notas y bocetos apareció una que otra fotografía, la primera que hallé estaba despegada, suelta, era pequeña y me trasladó al momento exacto en que fue tomada, porque en ella estamos juntos, sonrientes, jurando que existe lo eterno, la tomamos antes de descubrir que aún los lazos más fuertes se pueden romper, preferí avanzar las páginas y hallé versitos que me arrancaban una sonrisa, y sonreí hasta que hallé otra imagen que me llenó de nostalgia, porque estaba ahí su rostro de esperanza y saberlo ausente cuando el cariño es tan profundo me pareció un acto de injusticia atroz, ¿por qué lo efímero se acentúa en lo que nos llena el alma? tal vez para despertar un poco más de tanto letargo, y avancé sin entender yo misma la explicación con la que trataba de convencerme, seguí avanzando entre rimas y dibujos de árboles, apuntes de color y dibujos de los zapatos de los compañeros de clase, y otra fotografía apareció para sumergirme en la sombra de mi árbol de limón, ese en el que todavía anidan los colibríes, donde las orquídeas florecen abrazadas de las ramas aromosas, ahí donde Sebastían enterraba sus tesoros y nos sentábamos juntos a leer cuentos de fantasía que yo le escribía cuando tenía miedo a la oscuridad, cuando yo tenía miedo a la oscuridad y él me salvaba, tengo que volver ahí porque no hay limones ni sombra más sabrosa que los del jardín de mis padres, casi salivando seguí avanzando en las páginas de esta bitácora y encontré la foto cortada en la mitad, no me costó recordar quién estaba del lado faltante, sentí tanta furia cuando le presté mi libro del Gabo y cuando se lo pedí alegó que nunca se lo había dado, no se debe hacer esas cosas, le odié y le condené a 100 años de exilio de mi lista de amores, y aprendí a no prestar jamas a nadie mis libros de Gabo, mi libreta me trasladó al pasado, pero hay más por ver, oscurece, me llevaré conmigo este tesoro y sin apegos al tiempo que no volverá lo miraré y lo releeré para tararear esas canciones que escribía y rememorar los rostros y manos de personas tan queridas que tanta paciencia tuvieron posando para mí, con o sin conciencia de ello, tanto quiero abrazarlos, desde la distancia el abrazo será de corazón .
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