Combustión, chispas, risas, y esperanza pueden engendrar luces que emprenden caminos en todas direcciones y que pueden hacer diversas metamorfosis.
La luz que se crea por combustión generalmente dura poco. Esta luz segrega sentimientos negativos, como el resentimiento y la desesperación, causando el llanto de los cuerpos que se tiñen de ella.
Cuando las chispas provocadas por el estrellamiento de dos rocas generan luz, esta última se asemeja a la sonrisa de un cocodrilo: es intangible, fugaz y fría. Esto sucede porque las rocas son inflexibles, muy viscosas y opacas. Nunca se muestran como son. Es por eso que a la luz que su choque produce, no le queda de otra que extinguirse. No tiene alma y está llena de vergüenza. Se evapora para que nadie sepa de dónde viene.
La luz de las risas tiene orígenes y destinos muy heterogéneos y bastante predecibles al mismo tiempo. Cuando la risa es cálida, inocente, ética y colectiva, su luz puede traspasar cualquier cuerpo y encender cualquier materia. Almas enteras pueden entrar en calor y abrazar las carcajadas que se nutren por estos sentimientos. Plantas, ríos, animales y el agua vibran al unísono de un jajaja sincero. El sentimiento se replica hasta el infinito. Por el contrario, si la luz nace de risas maliciosas, egoístas y envidiosas, ésta retumba, estremece y hasta derriba almas. Esta luz puede hacer mucho daño si no conoces que se la extingue con una antorcha de ser y estar. Es más difícil apagar un fósforo que una de esas luces malnacidas.
Sin embargo, la luz de la esperanza es la más maravillosa. Esta luz emana calor, aromas y arcoíris por doquier. Esta luz siembra y cosecha. Siembra y cosecha. Sus frutos segregan paz, tranquilidad y certeza de un futuro utópico y paradisiaco. Cuaja cualquier sentimiento gris y desesperanzador hasta convertirse en el combustible de la misma vida. Siembra y cosecha.
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