Por Vanessa Padilla
Como caracol, avanzo empapada arrastrando el ombligo sobre la memoria y el llanto, caen a chorros los lamentos sobre la tierra en que con flacura fui improvisando en medio del insomnio, las puertas del sueño nocturno se cerraron a mí enseñándome a soñar despierta para que la fertilidad del tiempo bañe con su sangre los segundos perdidos en la incertidumbre de cada gotita de café con leche al ser sorbida sin pan en el vientre. Temblequeando decido renunciar al hastío y me zambullo en una lluvia de adioses no dichos, me emborracho con un palpitante grito silencioso, no suena, pero vibra. Me sumerjo en lo profundo de una colina donde la viscosidad de la tierra me embadurna, me envuelve, vuelvo a ser un feto, me abrazo a mí misma, estoy en el vientre de la tierra, me entrego y recae sobre mí como un puño la culpa de no decir te quiero cuando te tengo en frente, desde mi ombligo se desata el cordón que me une a tu alma, sigo improvisando, pero ahora lo hago en el sueño profundo. Agradecida me despliego y en silencio me acerco a vos, para decirte que te quiero, pero te digo adiós.
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