Por Viviana B.
A las 4 de la tarde
La luz pasaba filtrada por el único gran ventanal de madera vieja del taller. Los claros iluminaban de manera casi mágica tantos objetos extraños como fantásticos que estaban sobre la mesa de trabajo. El olor de café inundaba el ambiente esta vez, pues como siempre ya eran las 4 de la tarde. La atmósfera, en realidad, siempre debía oler a algo, casi siempre a esencias. Unas veces el aroma era a vainilla, otras a rosas fragantes, pero no muy dulce porque luego marean de amor.
Todo siempre muy dispuesto estaba en el taller. Todo, en medio del desorden, tenía su lugar para que nada se pierda. Y si algo se extraviaba, seguramente sería uno de esos traviesos visitantes pequeñitos que bromean escondiendo cosas. La mesa vieja oscura era la protagonista en ese gran espacio, pues era el sitio de la transformación de las cosas. Anaqueles, repisas y bancos altos, todos del mismo color marrón. Si eras visitante, las paredes no te invitaban a sentarte, sino a caminarlo como si de un museo se tratara. Cuadros, posters, mosaicos, mandalas, fragancias, hojas viejas y secas, fotos, postales, que llevaban a recorrer caminos lejanos y generaciones enteras.
Y así, todo dispuesto en su lugar era el perfecto estado para que la maga descargue su inspiración en alguno de los objetos fantásticos que tanto gusto le daban fabricar. Tijera, aguja, hijo, fibra, piedra, semillas, todo material en mano se convertía en la extensión de sus brazos delicados pero fuertes.
Ese día en la mañana la maga había salido al bosque cercano a recoger las primeras hojas secas para completar un cuadro de motivos de otoño que lo había soñado. Cuando se fijaba en las formas y los colores de las ramas y las hojas, encontró una bolita blanca de plumas blancas a los pies de un viejo aliso. Pensó que podía dejar su cuadro para otro día porque sintió la urgencia de transferir la bolita de plumas a un atrapasueños para alguien que seguramente tiene triste el alma.
Ni bien regresó a su taller, tomó fibras, hilos azules infinitos y dorados. Inspiración, delicadeza, alegría, creatividad, materializados en un pequeño amuleto de sueños. Pero, ¿por qué un atrapasueños? Pues se dice que al caer la noche y mientras permanecemos dormidos, las puertas de lo profundo se abren, dejando bien expuestos nuestros pensamientos y las entrañas. Así, se hace necesario un pequeño objeto cazador que los proteja completos, pero que a la vez también nos revele qué es lo que tenemos escondido y qué nos hace ser lo que somos.
“¡Un atrapasueños en un día!”, exclamó para sí la maga. “¡Esto sí que es un récord! Seguramente quien lo necesita tiene una gran urgencia”.
Al siguiente día, su taller abrió las puertas y se convirtió en una muy particular tienda-taller. Era día de feria en la ciudad. Todos los vecinos vestidos de domingo relucían muy elegantes a la usanza de la época. Sus paseos tranquilos dejaban estelas de azahar, mientras disfrutaban un cono de helado, de espumilla o un vasito de ponche.
“Estos días parecen jaranas”, pensaba la hechicera. Estas jornadas siempre le ponían alegre, mucho más de lo que suele estar.
Ya cerca de cerrar la tienda, entra un hombre de mirada taciturna. Su aspecto era limpio, pero parecía cargar el cansancio de haber ya caminado mucho por la vida, y parecía buscar algo sin entender ni entenderse. Ella lo siguió discretamente con la mirada mientras él paseaba por entre los objetos de fantasía, y se alegró más cuando los ojos de él se fijaron en el atrapasueños de plumas del bosque. Lo tomó tímidamente y acarició sus fibras que tan suaves estaban, pareciendo haber encontrado una partecita de lo que necesitaba. La maga se acercó y le dijo que son las cosas, como las personas, las que llegan a nuestras vidas cuando las necesitamos, incluso sin ser conscientes de que las procuramos.
El reloj cantaba las 4 de la tarde de ese domingo y el olor de café volvía a inundar el taller. El hombre sonrió mientras pagaba por su objeto necesario. La maga se preguntó si sería por el atrapasueños o el aroma de café que tanto suele gustar. De todas formas, amable como era ella, le invitó a tomar una tacita caliente para abrigar las palabras, pues las cosas necesarias para las penas se presentan unas veces como unos reveladores atrapasueños o como personas que nos escuchan mientras toman café detrás de un gran viejo ventanal.
A las 4 de la tarde
La luz pasaba filtrada por el único gran ventanal de madera vieja del taller. Los claros iluminaban de manera casi mágica tantos objetos extraños como fantásticos que estaban sobre la mesa de trabajo. El olor de café inundaba el ambiente esta vez, pues como siempre ya eran las 4 de la tarde. La atmósfera, en realidad, siempre debía oler a algo, casi siempre a esencias. Unas veces el aroma era a vainilla, otras a rosas fragantes, pero no muy dulce porque luego marean de amor.
Todo siempre muy dispuesto estaba en el taller. Todo, en medio del desorden, tenía su lugar para que nada se pierda. Y si algo se extraviaba, seguramente sería uno de esos traviesos visitantes pequeñitos que bromean escondiendo cosas. La mesa vieja oscura era la protagonista en ese gran espacio, pues era el sitio de la transformación de las cosas. Anaqueles, repisas y bancos altos, todos del mismo color marrón. Si eras visitante, las paredes no te invitaban a sentarte, sino a caminarlo como si de un museo se tratara. Cuadros, posters, mosaicos, mandalas, fragancias, hojas viejas y secas, fotos, postales, que llevaban a recorrer caminos lejanos y generaciones enteras.
Y así, todo dispuesto en su lugar era el perfecto estado para que la maga descargue su inspiración en alguno de los objetos fantásticos que tanto gusto le daban fabricar. Tijera, aguja, hijo, fibra, piedra, semillas, todo material en mano se convertía en la extensión de sus brazos delicados pero fuertes.
Ese día en la mañana la maga había salido al bosque cercano a recoger las primeras hojas secas para completar un cuadro de motivos de otoño que lo había soñado. Cuando se fijaba en las formas y los colores de las ramas y las hojas, encontró una bolita blanca de plumas blancas a los pies de un viejo aliso. Pensó que podía dejar su cuadro para otro día porque sintió la urgencia de transferir la bolita de plumas a un atrapasueños para alguien que seguramente tiene triste el alma.
Ni bien regresó a su taller, tomó fibras, hilos azules infinitos y dorados. Inspiración, delicadeza, alegría, creatividad, materializados en un pequeño amuleto de sueños. Pero, ¿por qué un atrapasueños? Pues se dice que al caer la noche y mientras permanecemos dormidos, las puertas de lo profundo se abren, dejando bien expuestos nuestros pensamientos y las entrañas. Así, se hace necesario un pequeño objeto cazador que los proteja completos, pero que a la vez también nos revele qué es lo que tenemos escondido y qué nos hace ser lo que somos.
“¡Un atrapasueños en un día!”, exclamó para sí la maga. “¡Esto sí que es un récord! Seguramente quien lo necesita tiene una gran urgencia”.
Al siguiente día, su taller abrió las puertas y se convirtió en una muy particular tienda-taller. Era día de feria en la ciudad. Todos los vecinos vestidos de domingo relucían muy elegantes a la usanza de la época. Sus paseos tranquilos dejaban estelas de azahar, mientras disfrutaban un cono de helado, de espumilla o un vasito de ponche.
“Estos días parecen jaranas”, pensaba la hechicera. Estas jornadas siempre le ponían alegre, mucho más de lo que suele estar.
Ya cerca de cerrar la tienda, entra un hombre de mirada taciturna. Su aspecto era limpio, pero parecía cargar el cansancio de haber ya caminado mucho por la vida, y parecía buscar algo sin entender ni entenderse. Ella lo siguió discretamente con la mirada mientras él paseaba por entre los objetos de fantasía, y se alegró más cuando los ojos de él se fijaron en el atrapasueños de plumas del bosque. Lo tomó tímidamente y acarició sus fibras que tan suaves estaban, pareciendo haber encontrado una partecita de lo que necesitaba. La maga se acercó y le dijo que son las cosas, como las personas, las que llegan a nuestras vidas cuando las necesitamos, incluso sin ser conscientes de que las procuramos.
El reloj cantaba las 4 de la tarde de ese domingo y el olor de café volvía a inundar el taller. El hombre sonrió mientras pagaba por su objeto necesario. La maga se preguntó si sería por el atrapasueños o el aroma de café que tanto suele gustar. De todas formas, amable como era ella, le invitó a tomar una tacita caliente para abrigar las palabras, pues las cosas necesarias para las penas se presentan unas veces como unos reveladores atrapasueños o como personas que nos escuchan mientras toman café detrás de un gran viejo ventanal.
Si algo me a llevado a volar en fantasía, es precisamente ésta escritura creativa narrada cual si fuera realidad. Una escritora está en camino...bienvenida a enriquecer la lectura con calidad y fantasía literaria. Aplausos y otro café a las 4 por favor..
ResponderBorrarGracias por el comentario, se lo haré llegar a su autora y me apunto para el café, siempre
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