miércoles, 14 de julio de 2021

Escritura creativa

Por Vanessa Padilla 

Ella intentaba acercarse un poco más pero la pantalla se lo impedía, todo iniciaba con un mensaje y la respuesta que a veces tardaba en llegar la llenaba de angustia. Los encuentros eran vitales... virtuales, y sin embargo, el café no sabía a lo mismo si no se confirmaba que del otro lado, tal vez en pijama, tal vez con alguien más, tal vez solo, tal vez también desnudo, estaba para acompañarla y ofrecerle palabras que era lo único que se podían dar. Con o sin geografía de por medio, era innegable que cada encuentro evocaba el tacto, los aromas, los sabores que le daban al presente su esencia, el lenguaje sin caligrafía, sin pulso, grafemas de teclas o tacto era la realidad, estaban presentes, bien ausentes a la vez, pero ahí. Él le preguntó si lo amaba, ella dijo que en ese momento sí, y era cierto, y como la bruma que cobija el río en las mañanas se veló su lazo hasta hundirse en la profundidad del agua, ella no sabe nadar, menos con este frío. Pero él, aunque ha desaparecido, está presente en los destellos de la memoria que evoca canciones, cafés y caminos de tierra. Repasar los momentos los revive, pero el tiempo es una nueva bruma, el vapor va acallando la nitidez que en algún momento se sentía amorosamente y los encuentros virtuales se relegaron a esporádicos sueños de viernes por la noche, a mensajes vacíos sin respuesta, a la ausencia irreconciliable de la distancia atlántica. Cuando alguien le pregunte si le ama, ella dirá siempre no. La bruma se reconcilia con sus ojos que juegan a adivinar las formas, todas se desvanecen por completo cuando cae la noche, y ella sin entender porqué las palabras pueden llegar tan lejos y atenuarse con tal violencia, porqué cobran vida pese al riesgo del punto final atroz.

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