Sustrato
Suelo, base, firmeza. Una base firme es lo que necesitamos desde niños para la vida. El crecer de un pequeño es como el crecimiento de una planta que, si tiene buen sustrato, hincará sus raíces profundas, curiosas y submarinas entre la materia orgánica, la arcilla, la arena y el limo.
La semilla, que alguna vez pequeña fue, se levanta y despereza al abrigo del sol y al alimento de la lluvia. La semilla rompe una, dos, tres capas de protección, dejando que los brotes de ideas y conocimientos hagan su trabajo de aprender el mundo entre juegos, papillas y ruletas.
Y así, cada día. Cuatro, cinco, seis hojas acariciadas con el viento, con el haz de todas ellas hacia arriba, mirando las nubes y tirando las cometas en verano. La respiración, en alimento o en fotosíntesis brindan el aliento para soportar los tiempos tormentosos, los cambios de estaciones, en fin, los años.
Quince, dieciséis, diecisiete hojas y una primera flor. La ley del bosque dice que desde ese momento podrá solo con su vida si el cauce se alborota o la candela lo seduce. Sin embargo, no hay árbol, que semilla alguna vez fue, que no necesite de la estabilidad y la relación constante con su suelo, su base y su firmeza.
Habrá días de sol, noches de lluvia constante, etapas de rocío y de alegría y otros más de granizo, fuego y solo desastre. No obstante, ese es el camino de la vida, sea de un ser humano o sea de una planta. Y es en esos momentos cuando debe volver a agarrar bien sus raíces, admirarse desde la cofia hasta el estigma y asombrarse de cuánto ha crecido con los días de sol y de rocío y de cuán bello se vuelve cada vez que se recupera de las épocas de hielo y de fuego.
Porque, en verdad, no hay planta, que alguna vez semilla fue, que no tenga la vida latente y que no pueda volver a florecer luego de haber quedado en cenizas.
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