Solonósolo
Por Santiago de la Torre
Aún me siento mareado por el olor de la peluquería.
Ahora
estamos en lo que parece un cargamontón, a ratos es mamá es quien me
aplasta a pesar de sostenerse del tubo, y a veces es la señora del otro
lado la que me empuja sin prestar atención.
Cierro los ojos.
La
señora emite un fuerte olor por todos lados, no sé si es más intenso el
olor a cebolla de lo que come, el olor a sudor de su cuerpo o el olor a
caca de su zapato.
Un fuerte sacudón se siente en mi cabeza como
esa vez que me lanzaron a la cara la pelota de basket, pero además
siento como que rebotó cuatro o cinco veces dentro de mi cabeza.
Abro los ojos.
Estoy
solo, no veo a mi mamá por ningún lado, ahora solo siento malos olores,
sacudones y risotadas que claramente son provocadas por mi llanto y mis
gritos.
En mi cabeza siento dos pelotas tratando de salir al mismo tiempo por mis oídos.
Con
el último sacudón caigo de espaldas llorando, y justo antes de que mi
cabeza golpee el piso de metal antideslizante siento una mano suavecita
que me sostiene.
Oigo a mi derecha, muy cerquita, una voz profunda que susurra:
- Tranquilo, cierra los ojos y mírame… Respira al ritmo de las olas -
Lo veo, es un viejito con barba larga, su pelo completamente blanco le llega hasta el piso.
Su amplia sonrisa me recuerda el mar, me recuerda la luz del sol en el atardecer sobre las olas, me recuerda a mi abuelo.
No
pronuncia ninguna otra palabra. Mientras me mira escucho en mi cabeza
las olas y poco a poco me calmo al mirar su respiración. Mi panza
empieza a moverse con con el ritmo de su panza, nuestras respiraciones
se acompasan.
El rojo de mi cabeza se enfría, ahora solo veo blanco.
Al día siguiente, a las 6 de la tarde conocí el mar.
- Cusni -
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