ATRAPADA EN UN SUEÑO
Por Isabel Guaricela
Entre la redecilla de este atrapa sueños vive el sueño que se repite en mis noches y alimenta mis días. En él me siento enredada, circundada por esa rueda de ansias y deseos. Penden de ese círculo mágico perlas blancas como mis sueños más queridos y perlas grises como mis sueños más temidos, pero hasta en los sueños más temidos bordea la orla que roza mi conciencia y me trae de algún mundo perdido en las tinieblas las luces que conducen al día que me espera.
Y es que vivo atrapada en este sueño.
Sueño que vuelo, que vuelo, que vuelo. Me elevo cuando quiero, con solo abrir mis brazos estos se convierten en alas. Me impulso y entonces un placer infinito invade mi ser, me siento muy liviana y experimento una libertad nunca imaginada. Respiro como si nunca lo hubiese hecho, mis pulmones se ensanchan y luego expulsan en un soplo el peso de mi carga. Mis ojos se abren y el tibio resplandor del sol los nutre de ilusión, de encanto, de pájaros y flores, de nubes y arco iris, de danza y de color. Se agudizan mis oídos a todo lo que me rodea: el viento es una suave música que roza mi cuerpo y envuelve mis huesos que ahora ya no pesan, solo flotan. Recorro valles, montañas, atravieso ríos y mares, me envuelvo en paisajes, algunos me recuerdan lugares conocidos y otros no aparecen en mis registros, los descubro ávida de emociones y me interno en ellos. Pero siento una fuerza bullente que me lleva, me conduce a los tibios prados de mi infancia, a la vieja casa donde nací. Observo desde lo alto los árboles donde suspendíamos el columpio que mecía los sueños de la niñez. Las cercas que rodeaban la algarabía del juego interminable de la vida que se abre entre mieles y dolores. Mas en este sueño no tiene cabida la amargura porque desde aquí observo el lento recorrer de mi río, sí de mi río, el río Zamora. Allí, están las pequeñas hondonadas donde aprendí a dominar las aguas. Y puedo sentir el suave calor que desprenden las piedras de múltiples colores que forman su lecho y lo extiende generoso para acogerme en su rivera. No, no quiero despertar porque aquí está un pedazo de mi vida que ahora es solo un sueño. Un sueño que me alimenta y mantiene, que me complace y duele cuando me deja.
Mi sueño es esto: ser y no ser, estar y no estar, ir y venir, vivir y morir.
Por Isabel Guaricela
Entre la redecilla de este atrapa sueños vive el sueño que se repite en mis noches y alimenta mis días. En él me siento enredada, circundada por esa rueda de ansias y deseos. Penden de ese círculo mágico perlas blancas como mis sueños más queridos y perlas grises como mis sueños más temidos, pero hasta en los sueños más temidos bordea la orla que roza mi conciencia y me trae de algún mundo perdido en las tinieblas las luces que conducen al día que me espera.
Y es que vivo atrapada en este sueño.
Sueño que vuelo, que vuelo, que vuelo. Me elevo cuando quiero, con solo abrir mis brazos estos se convierten en alas. Me impulso y entonces un placer infinito invade mi ser, me siento muy liviana y experimento una libertad nunca imaginada. Respiro como si nunca lo hubiese hecho, mis pulmones se ensanchan y luego expulsan en un soplo el peso de mi carga. Mis ojos se abren y el tibio resplandor del sol los nutre de ilusión, de encanto, de pájaros y flores, de nubes y arco iris, de danza y de color. Se agudizan mis oídos a todo lo que me rodea: el viento es una suave música que roza mi cuerpo y envuelve mis huesos que ahora ya no pesan, solo flotan. Recorro valles, montañas, atravieso ríos y mares, me envuelvo en paisajes, algunos me recuerdan lugares conocidos y otros no aparecen en mis registros, los descubro ávida de emociones y me interno en ellos. Pero siento una fuerza bullente que me lleva, me conduce a los tibios prados de mi infancia, a la vieja casa donde nací. Observo desde lo alto los árboles donde suspendíamos el columpio que mecía los sueños de la niñez. Las cercas que rodeaban la algarabía del juego interminable de la vida que se abre entre mieles y dolores. Mas en este sueño no tiene cabida la amargura porque desde aquí observo el lento recorrer de mi río, sí de mi río, el río Zamora. Allí, están las pequeñas hondonadas donde aprendí a dominar las aguas. Y puedo sentir el suave calor que desprenden las piedras de múltiples colores que forman su lecho y lo extiende generoso para acogerme en su rivera. No, no quiero despertar porque aquí está un pedazo de mi vida que ahora es solo un sueño. Un sueño que me alimenta y mantiene, que me complace y duele cuando me deja.
Mi sueño es esto: ser y no ser, estar y no estar, ir y venir, vivir y morir.
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