viernes, 30 de abril de 2021

Escritura creativa

 DIVINIDADES

Por Marlene Arévalo 

La diosa Kira, ser sobrenatural que a pesar de tener poderes que trascienden al ser humano, ante la situación de pandemia que atraviesa actualmente la humanidad, advierte que se han producido desajustes emocionales, con energía cuya vibración se encuentra alterada, llena de negatividad que a más de afectar al individuo, lo hace a las personas que le rodean. Siendo la diosa de la salud, considera que es un tema que puede discutirlo con Kara, quien es la diosa de la inteligencia, además de ser considerada fuente de la vida, juntas intentan reprogramar el manantial energético de los seres humanos, tan venido a menos en esta temporada.

Deciden crear un escudo invisible, con poder de detener lo negativo y que fluya la energía a través de la meditación.

Interviene en la discusión el Dios Kino, ofrece su ayuda poniendo de manifiesto la belleza de los elementos de la naturaleza, intentando conducir a los individuos a una verdadera relajación y renovación de energía, sacando aquello que esconden en su esencia más profunda, a través de la música y el baile.

La Diosa Irina, apuesta porque las intenciones de los seres humanos fluyan como un manantial, como un soplo divino, sin tener que razonar, solamente sentir y amar.

Los mensajes de los Dioses son escuchados por un niño que se encuentra en el vientre de su madre, disfrutando de mucha comodidad.

Cuando sale al espacio, respetando el acuerdo con su madre, sin que haya vuelta atrás, le toca explorar el nuevo mundo y apreciar lo que la vida le brinda, seguramente añorará el cómodo vientre del cual salió. Experimenta la energía densa de la tierra, provocada por los graves problemas que atraviesa el mundo.

La noche del alumbramiento una luna grande y brillante ilumina la tierra, es como un  regalo por su llegada, que le brinda la naturaleza. Es la luna rosa.

O quizá se trate de un regalo de los Dioses para la humanidad.

miércoles, 28 de abril de 2021

Escritura creativa

Las señoras deidades y la niña churona
Por Andrea Enríquez
Desde la torre más alta de la casa, las dos mujeres veían a toda la gente en el patio, riendo, comiendo, excediéndose; era un espectáculo dionisiaco. La del vestido blanco mencionó que tanto exceso llevaría a la humanidad a un precipicio de ignorancia ya que, al verse sumidos en sus vicios y placeres, estaban olvidando cómo cuidar de sí mismos. La mujer del vestido negro la objetó con sutileza, sin quitar la mirada sobre un pequeño grupo de mujeres que yacían en el patio, dijo a la mujer del vestido blanco: - Lo que más me preocupa de esta desmesura, es que están olvidando que saben hacer magia, se están consumiendo en sí mismos y acabando con su facultad de dar vida. 
Una carcajada a la distancia sacó del estado contemplativo en el que se encontraban las dos mujeres, retiraron su mirada rápidamente de las personas del patio, para encontrarse con la mujer del vestido rojo, siempre tan imponente con su presencia y voz. Al parecer, algo que dijo la mujer del vestido violeta, quien estaba a su lado, la había hecho reír.
Las cuatro mujeres se reunieron a unos pasos del borde de la torre, en un espacio en donde el sol y la luna no llegaban. La mujer del vestido violeta suspiró largamente, para finalmente decir: - No debí haberme ido, todo este caos ha sido causado por el desequilibrio de mi ausencia. -  La mujer del vestido rojo volvió a reír. Dijo, dirigiéndose al grupo: - Deja de culparte, los seres humanos tienen todas las cartas en sus manos. Cada una de nosotras les entregó las opciones, les mostramos los caminos. Eso que vemos ahí abajo, es consecuencia de sus decisiones, no de nuestra existencia. –
Mientras el poderoso eco de la voz de la mujer del vestido rojo se apagaba tras su última frase, unas bolitas de cristal comenzaron a caer desde la cubierta de la torre. Las cuatro mujeres sorprendidas suspendieron su mirada hacia el tumbado, para encontrarse con una niña pequeña, de churos negros, colgada de la viga de la estructura que tenían por sobre sus cabezas.
La niña viéndose descubierta, solo acertó a decir: -Disculpen, ¿me pueden pasar mis canicas, por favor?-. La mujer del vestido blanco sonrió por su sinceridad, la mujer del vestido negro supo inmediatamente que las canicas guardaban magia en su interior; la mujer de rojo río fuertemente mientras elevaba sus brazos para alcanzar a la niña. La mujer del vestido violeta, estaba perpleja. Las cuatro mujeres, algo alborotadas aún por la peculiar intromisión, pidieron a la niña que les explique cómo fue que subió hasta ahí y, principalmente querían saber, quién le dio las canicas.
La niña les explicó que, a la luna rosa se le habían caído de su bolsillo, que ella las recogió y que estaba ahí porque no sabía como devolverlas.
 

Escritura creativa

Divinidades y fronteras vía Zoom

Por Danilo Borja

En tiempos de pandemia, hasta las divinidades se reúnen por zoom para discutir las cuestiones de los mortales. Este martes 27 de febrero de 2021, dos de las más respetadas, reconocidas y renombradas divinidades se reúnen en la sala de reuniones personalmente creada por su majestad Dimitria. La reunión está transmitida por los análogos a Facebook y Youtube pero en el mundo de las divinidades. Ningún mortal la puede acceder. Las divinidades que hoy debaten son: 1) Safiro, quién representa la justicia, la salud, la pureza, la sabiduría, la verdad y la paz y 2) Mirnáficlus, que por su lado representa la fuente de toda la vida, diosa de la inteligencia de lo racional y la brujería. En pocas palabras, hoy debate el corazón con la razón. La cuestión que los ha traído a esta reunión es la decisión de continuar como un mundo dividido en varios países o simplemente borrar todas las líneas que trazan fronteras para crear una sola bandera. Siendo las 4:18 PM, Dimitria, quien modera, da por iniciada la sesión con un pequeño tropezón: olvidó encender el micrófono. Después de presentar las razones que los reunió, Dimitria da la palabra a Mirnáflicus, quien tiene que apagar la cámara porque su conexión no es tan buena. Su voz es potente y empieza haciendo unas preguntas muy intrigantes: ¿cómo viviremos en armonía en un mundo lleno de diferencias culturales y con cosmovisiones distintas? ¿No les parece que jamás la se alcanzaría la paz? Inmediatamente después de presentar estas preguntas, Mirnáflicus hace una pausa, como sugiriendo a la audiencia que reflexione sobre el tema. Segundos después continúa su exposición listando sus preocupaciones, que incluyen la repartición de recursos, las transacciones económicas, el nombre del planeta. En fin, cosas de la razón. Muchas de las divinidades muestran estar parcialmente de acuerdo con lo que Mirnáflicus acaba presentar, especialmente aquellas que visten de camuflaje y aman la guerra. Ahora es turno de Safiro, la divinidad del corazón. Safiro enciende su cámara y su micrófono. Su cara destella paz, amor y justicia. Su fondo de video está lleno de aves. Se nota en el rostro de la audiencia que la presencia de Safiro apaciguó el ambiente. Safiro es puntual y dice, “un mundo sin fronteras es un mundo de amor; cuando borremos las líneas que dividen los países del mundo nadie peleará con nadie porque todos serán iguales”. Las divinidades que representan la espiritualidad, la delicadeza, la feminidad y la fertilidad se conmueven hasta el llanto. El silencio ocupa la sala de zoom. Una vez expuestos estos simples pero potentes argumentos, Dimitria abre el telón para preguntas y respuestas. La discusión toma horas y ambas divinidades presentan argumentos sumamente válidos siempre desde la razón y el corazón. La discusión refleja las vicisitudes y laberintos que todo mortal enfrenta cuando va a tomar una decisión importante. Esas horas se terminan convirtiendo en días, con reuniones agendadas a las 4 de la tarde. Pasan los meses y no se logra nada. Todo se vuelve opaco e incierto para los mortales hasta que un día aparece un mortal en la sala. Su nombre es Juan, pescador de profesión, y don Juan en los días libres. Juan se conecta desde su teléfono recién cargado con megas. Al conectarse, todas las divinidades se asustan y apagan sus cámaras. Juan también se asusta diciendo, “jueputa, mi llave, ¿dónde me metí?”. Juan empieza a leer en el chat las conversaciones entre las divinidades y encuentra la pregunta: ¿Y ahora seguimos discutiendo la eliminación de las fronteras en el mundo o no? Inmediatamente Juan, como buen manaba, decide intervenir diciendo, “claro que debemos eliminar las fronteras, ¿no ven la luna rosa? ¿dónde están esas líneas pendejas que dividen a los países? ¿dónde?”. Toma un respiro y un sorbo de cerveza helada y continúa diciendo, “todas esas líneas fueron construidas por el ser humano y en realidad no representan otra cosa sino que división entre hermanos”. La sala de zoom se cierra violentamente después de esas palabras.

Escritura creativa

Por Viviana Buitrón C.
 
Ya somos divinos
En esos lugares que se describen como el paraíso, el olimpo o el culmen de lo sagrado son los espacios desde donde las divinidades (o como las llamen) observan cautas a los seres humanos. Uvas, vino, panes frescos y calientes sobre mesas largas y deliciosamente decoradas están dispuestas a gusto exquisito con unas cortinas altas que dejan pasar la luz necesaria del sol y de las otras estrellas. Antes no era así ese espacio divino, pero es tanto lo que se cuenta en las mitologías inventadas por la historia que las divinidades decidieron un día hacer ciertas esas abundancias. 

En uno de los rincones de ese paraíso estaba la Divinidad Caeli sentada sobre una alfombra de las fibras persas más finas. Estaba tan melancólica viendo cómo esos seres casi perfectos sobre la Tierra eran a la vez tan erráticos en sus comportamientos. Se cuestionaba sobre si acaso no bastaba con haberles dado sabiduría para discernir lo bueno de lo impuro, o salud para vivir una vida larga dedicada a buscar la verdad.

Ese sufrir divino fue intuido por la Divinidad Aqua quien había dado a los seres humanos una combinación muy peligrosa en su esencia: la inteligencia y la mística. En un primer momento estas dos pueden parecer contradictorias. Sin embargo, ellas son la fuente donde radica lo racional y lo bendito de la vida. Y así Aqua se unió a la discusión, aunque en una actitud bastante menos preocupada, pues entendía que en la contradicción y en los intentos humanos para resolverla radica el caminar y los flujos de la existencia.

Aun así, Caeli insistía en su preocupación en cómo en tan poco tiempo esas creaciones se habían repartido el poder entre poquitos, dejando a la mayoría de sus pares desnudos y expuestos. 

“Quizás esto se lo debemos a la Divinidad Bellum”, decía D2. Pues Bellum, cuando el inicio de todo, había puesto en la receta del ser humano pasiones y energías infinitas. Además, había hecho alarde de haberles entregado la estrategia de la guerra, el trueno y la sensualidad del baile y de la música.

Bellum escuchó su nombre y tales acusaciones, pero no estuvo de acuerdo con ellas. Sus dones no podrían ser medidos entre la bondad y la maldad. Esta Divinidad pensaba que no hay quien, por más estoico que sea, que no baje las armas ante la exuberancia frenética de los cuerpos en movimiento, ya sea en las batallas o en los encuentros de las danzas. Así, sentenció que, lo que sea que estuviera pasando allá abajo con los humanos, su culpa solamente no podía ser. Agregó que esas criaturas no habían aún entendido el poder de combinar equilibradamente todo lo que se les había sido entregado, incluso lo que la Divinidad Fertilitatis había otorgado.

Fertilitatis les había dotado de sentimientos elevados, como la delicadeza y la feminidad, tanto a hombres y mujeres por igual. Por decisión propia no les entregó amor, pues había dicho que eso tan importante no podía venir por defecto. Así que les dio la capacidad de construirlo, de sentirlo y reconocerlo para que así valga la pena tenerlo. 

Desde un inicio, Fertilitatis no hizo mucho esfuerzo en poner atención a la discusión; parecía ni inmutarse. Las otras Divinidades vieron que estaba en estado de meditación, como siempre a inicios de la semana. Prefirieron ni molestarla. Esto dejaba en claro que, para ella, ocuparse de cosas humanas, tan materiales, eran banales ya no eran asunto suyo. 

Durante la discusión no se dieron cuenta que detrás de las altas cortinas estaba un pequeño humano. Los custodios del cielo lo habían enviado a la sala de las Divinidades para que se despidiera de ellas, ya que esa noche de luna rosa debía ser enviado a la Tierra. 

El niño había escuchado toda la conversación de las Divinidades. No entendió muy bien lo que significaba todo eso para su viaje obligado, pues su libro de la vida aún estaba en blanco. Se notaba algo asustado porque la Tierra no parecía ser un lugar del todo agradable. 

Aqua lo vio y lo levantó en sus brazos para calmarlo un poco. Le dijo que él se iba del cielo con toda la receta completa de los dones divinos, pero que, para que los pueda disfrutar correctamente, debía descubrirlos, trabajarlos y entrenarlos con el tiempo. 

“En la tierra nada es fácil, aunque tampoco es tan complicado como los humanos adultos lo quieren hacer ver”, le susurró de manera divertida al niño.

Además, le aconsejó usar todo con sabiduría, recalcándole que no se hace nada con la sensualidad o la inteligencia solas si no se pone todo el contingente de justicia en las decisiones de la vida y en la selección de los placeres. También le dijo que se iba a encontrar con la guerra entre los pueblos, o con batallas cotidianas entre las necesidades del cuerpo y del alma, todas ellas justificadas por amor, o lo que los seres humanos en la Tierra creen que es el amor. Fertilitatis rió.

Aqua bajó de sus brazos al humano pequeño, pues era su hora de partir. Caeli, Bellum, Fertilitatis y Aqua lo besaron en sus pequeños pies vestidos de escarpines blancos, indicándole así el inicio de su camino terrenal. Le recalcaron que no se preocupara más por lo que había escuchado. De hecho, al nacer en la Tierra, los bebés de humano se olvidan del conocimiento divino hasta que, con el tiempo, lo vuelven a entender. 

Aqua añadió que, en el caminar de la vida allá abajo, encontraría gente con una fuerza casi divina y más adelantados en la vida que le acompañarían en la búsqueda de la verdad y en la realización de la justicia. No todo puede -ni debe- ser explicado desde lo sagrado, porque hay cosas que ya no pertenecen a lo divino cuando tocan el suelo. Así, no todo puede -ni debe- resolverse en lo etéreo y abstracto solamente, sino que son cuestiones terrenales a ser resueltas desde lo humano que, en su génesis, ya es divino. 

Escritura creativa

 EL AMULETO

Por Isabel Guaricela

El fuerte olor a humedad delataba los años que había pasado cerrado este destartalado taller, si así se lo podría llamar, unos cuantos pedazos de madera tirados a un lado de la habitación, clavos derramados por aquí y allá, tornillos fuera de su lugar, martillo, cincel, un latón lleno de herrumbre y tiras de suelda en mal estado, era todo el menaje que se podía observar.  Estaba ubicado en un lúgubre sótano, donde la oscuridad se desvanecía medianamente gracias a los rayos de sol que se escurrían a través de las gruesas rendijas de la puerta de madera apolillada y desvencijada por los años. Hasta allí llegó don Rafael, un viejo barbado y jorobado que había trabajado como componedor de todas las cosas que se le dañaba a la gente del pueblo donde vivía, ahora ya no lo hacía, otras personas lo remplazaron con mejores herramientas y destrezas aprendidas.

 Esta vez, entró con la imagen del taller que mantenía en su memoria y aunque no correspondía con lo que veían sus ojos, sentía gran entusiasmo por el encargo recibido: debía hacer la mayor cantidad de tijeras que pudiera fabricar y en el material que eligiera. Para iniciar el trabajo, primero, ordenó el estropicio y, luego, acondicionó el lugar mejorando la iluminación con un foco colgado de un alambre enganchado de un clavo que hundió en una de las paredes; y, para menguar el frío que hacía mella a sus reumas, trajo un brasero un tanto estropeado pero que otrora había dado calor a su casa cuando su mujer aún vivía.

Le pareció algo absurdo elaborar tijeras que no cortasen, pensando hacerlas de madera. Revisó los materiales y el latón se deshizo bajo sus manos al tocar la herrumbre que lo revestía. Como no tenía tiempo ni dinero para perderlo, buscó los listones de madera y luego de limpiarlos y lijarlos rápidamente, se dio cuenta de que, dejando sus reparos a un lado, este era el material más indicado para su empresa. Manos a la obra, rebuscó entre los cachivaches lo que necesitaba para su trabajo y comenzó recortando la madera y luego dio forma a cada una de las hojas con un cincel, estaba orgulloso de su trabajo, a pesar de los años transcurridos no había perdido su habilidad para estos menesteres. Mientras lijaba cada pieza imaginaba a las personas utilizando una tijera de madera y no le encontraba sentido, mas esto no le quitó las ganas de conseguir su objetivo: fabricar tijeras lo más cercanamente parecidas a las de metal. Ensambló las hojas con un pequeño perno y utilizó suelda para disimular las imperfecciones. Lo hizo con esmero y quedó satisfecho de su trabajo: tenían la forma adecuada y aunque el material no era el indicado, pensó en que unas tijeras no solamente servirían para cortar objetos, quizá con ellas se podrían cortar penas, tristezas o pasiones.

Pasado el mediodía, luego de una semana de trabajo, vio llegar hasta su puerta a doña Laura, la matrona del pueblo, viuda del único médico del lugar, quien había heredado la profesión de su marido; era la persona que le hizo tan singular encargo. Presuroso don Rafael, las recogió y las dispuso ordenadamente sobre la única mesa del taller. Se acercó la mujer con dificultad apoyada en su bastón y cuando las vio, abrió sus ojos como platos, sus manos las acariciaron, las encontró suaves, sedosas y el olor a madera inundó sus sentidos. Levantó su rostro, y cuando los ojos de la anciana se encontraron con los del viejo le agradeció y pagó el trabajo con una inmensa y tierna sonrisa y un Dios le pague. El hombre se quedó absorto y en silencio vio como se alejaba doña Laura con el encargo bajo el brazo. Durante el camino de regreso a su casa, la anciana advirtió la ventana abierta de la muchacha que era consumida por el insomnio, el jardín estropeado y seco de la madre que había perdido a su hijo y desde entonces era presa del dolor; la puerta entreabierta del hombre que había sido traicionado por su mujer y ahora vivía esperando su regreso. 

Ya en su casa, la viuda del médico empacó cada una de las tijeras en cajitas individuales. Estaba segura de que lo que no se podía curar con agua de hierbas, jarabes y comprimidos que heredó de su marido, quizás las tijeras servirían para aliviar los sufrimientos de la gente que acudía a ella. Lo había descubierto hace mucho tiempo, cuando ella, sin proponérselo, llevó en su bolso unas tijeras que las utilizó para terminar con el opresor y dominador en el manicomio donde fue encerrado su marido y los primeros habitantes del lugar que fueron confinados para prevenir la epidemia de ceguera que atacaba al pueblo. Al inicio de ésta y sin pensarlo dos veces, ella se unió al grupo de su marido fingiendo que también estaba ciega, pero fue con sus tijeras y con todo su valor que degolló al ciego que, comandaba una pandilla y, ejercía el poder en el lugar por poseer un arma de fuego para apropiarse del alimento, el pudor de las mujeres y la esperanza de salir con vida de todos los que llegaban a este confinamiento. Desde aquellos días, la mujer confió en las tijeras como un amuleto protector de su vida y la de los que amaba.

Es así que ese día, un tanto soleado, se dedicó a dejar un par tijeras a cada uno de quienes la habían visitado con la intención de mejorar sus males: a la muchacha que padecía insomnio le sugirió colocarlas debajo de su almohada con las hojas abiertas para cortar las pesadillas que la perseguían y los pensamientos que no la dejaban descansar. De igual forma, entregó a la mujer que había perdido a su hijo, esta vez las tijeras debía ubicarlas con las hojas juntas para cerrar el ciclo de vida de su hijo y para que descansara en paz; al hombre que fue traicionado por su mujer, le indicó que las pusiese con las hojas abiertas con el significado de que le dejaba el camino abierto y él la soltase de su corazón. Así fue de casa en casa hasta que se le terminaron. Concluida esta tarea, la mujer sintió un gran sosiego, parecía que había descargado todo el peso que sus clientes habían acumulado en sus espaldas. Pero su contento fue mayor cuando al cabo de un mes se dio cuenta de que las personas recobraban, uno a uno, la sonrisa y el bienestar espiritual que tanto deseaban.

 

  

Escritura creativa

 Esta tarde noche de luna, trabajamos el tema de las divinidades y la humanidad. Gracias por la sensibilidad, la profundidad, el humor y sobre todo su presencia a pesar de que no siempre es fácil, mi abrazo para Marle A. Tomás B. Mirian A. Andrea E. Isabel A. Danilo B. Isabel G. Marle G. Vivi B.

lunes, 26 de abril de 2021

Escritura creativa

Fabricante de Cantafortunas

Por Danilo Borja

Los amuletos regularmente toman formas sencillas, pero muchas veces requieren ser construidos en espacios que engranan muchos elementos complejos e inusuales. Este es el caso del taller de Luis. Su taller está ubicado en un lugar completamente inhóspito. Su existencia es absolutamente ignorada por todos con excepción de Luis, quien ha logrado esconder su taller por más de 30 años. Él teme que algún corazón opaco entre a su taller y rompa la magia que llena su espacio. El taller está construido a base de piedra y en algún momento formó parte de un castillo de un reino ya desaparecido. Luis encontró este lugar en una de sus excursiones en el campo. Desde aquel momento no ha habido un solo día en que Luis no haya visitado el taller para construir amuletos. El taller tiene luz propia, no depende ni del sol ni de velas para estar iluminado. Los objetos del taller se acomodan solos una vez que Luis abandona el lugar. Los cinceles, las acuarelas y los pinceles bailan y juegan entre ellos bulliciosamente para ubicarse en las repisas y cajones que les corresponde. Curiosamente, el taller guarda un constante olor a canela y café a pesar de que en la región de Luis jamás se consumieron estos elementos. De hecho, él nunca supo qué era ese olor. El piso del taller es de piedra, pero es tan suave y cálido como la arena del mar al atardecer. Luis no duda en trabajar descalzo. Curiosamente, dentro del taller hay muchos frutales que alimentan a Luis. Luis jamás los riega ni los fertiliza. Siempre estuvieron ahí para él. Es como que este lugar fue diseñado para alimentar el cuerpo, el alma y la mente del constructor. Luis siempre fue una persona común y corriente. Ni guapo, ni feo. Cabello oscuro, narizón, estatura mediana e intelecto justo. Su familia era de clase media. Nada en especial. Sin embargo, el taller le concedió poderes sobrenaturales. Al parecer la combinación de elementos que mencioné antes le dieron la capacidad de crear amuletos nunca vistos que han beneficiado a muchas personas. Luis los llama cantafortunas. En su mente Luis los concibe como unas aves que trinan y tejen nidos de fortuna y esperanza. Estos amuletos llegan a las manos de personas que lo han perdido todo, excepto la alegría. Estas personas aparecen en los sueños de Luis. En una ocasión, por ejemplo, Luis soñó con Antonieta, viéndola sufrir un accidente mientras ayudaba a refugiados de guerra. Luis ve Antonieta cayendo de su caballo y escucha cómo su pómulo derecho se rompe y sus costillas se trizan. Luis también la ve mantenerse calmada y optimista. Al siguiente día del sueño, Luis construyó un cantafortunas y fue a casa de Antonieta a dejarlo. Llegó por teletransportación a través de un cuarto dentro de su taller. Días después, Antonieta no sólo se recuperó sino que también encontró mucha sabiduría y paz.

miércoles, 21 de abril de 2021

Escritura creativa

Por Vanessa Padilla

Aquel espacio sombrío tiene como única fuente de luz una pequeña ventana circular cuyo vidrio se opaca con la veladura del tiempo, mesas llenas de manchas de tinta, agujeros que se han clavado por descuido, y retazos de materiales diversos esparcidos por el suelo de tierra y concreto, manos en movimiento, enlazando hilos, cortando cuero, puliendo piedras, cada quien en su rinconcito, aislado y concentrado en su quehacer, con poca luz pero con mucha magia, saben que el taller es una cuna de sortilegios, un nido de supersticiones, pero también el artilugio de la esperanza, lo que parece ser construido con las habilidad de las manos, requiere ante todo un corazón de sabio que guíe paso a paso la manufactura de cada pieza, y cuando todos los hacedores partían luego de cumplir su jornada, el de los cabellos rojos se quedaba buscando perfeccionar su obra maestra de noches estrelladas, desde su espacio sencillo y taciturno se mantenía sin pausa hasta lograr ondular las nubes con tal musicalidad que pueda conmover al corazón más frío, en el anochecer encendía las velas que con su vaivén añadían ritmo a su fabricación, él se decía a sí mismo que mientras más serpentinas fueran las nubes que las estrellas iluminan, más ternura bañaría el alma de quien las mire, y así, sin que falten azules ni amarillos salía de su rincón y se aproximaba al lago donde no sólo las estrellas brillaban-bailaban, sino que su reflejo en el agua duplicaba su fuerza y su poder, aquí el maestro se recargaba de emoción y con pinceles en mano y pigmentos azules y amarillos construía su amuleto sabiendo que aquel que lo reciba podrá deslizar en estas ondas todo sufrimiento, y fue así que por algunas noches deambulaba chiquita con su honda pena, con rumbo de extravío y lagrimales de terciopelo y al mirar es resplandor que aquel de los cabellos rojos había plasmado en el cielo, su corazón se despertó de su taciturna melancolía y se le iluminaron los ojos y el alma se le pintó de azules ni amarillos. 

Escritura creativa

Por Viviana B.
 
A las 4 de la tarde
La luz pasaba filtrada por el único gran ventanal de madera vieja del taller. Los claros iluminaban de manera casi mágica tantos objetos extraños como fantásticos que estaban sobre la mesa de trabajo. El olor de café inundaba el ambiente esta vez, pues como siempre ya eran las 4 de la tarde. La atmósfera, en realidad, siempre debía oler a algo, casi siempre a esencias. Unas veces el aroma era a vainilla, otras a rosas fragantes, pero no muy dulce porque luego marean de amor. 
Todo siempre muy dispuesto estaba en el taller. Todo, en medio del desorden, tenía su lugar para que nada se pierda. Y si algo se extraviaba, seguramente sería uno de esos traviesos visitantes pequeñitos que bromean escondiendo cosas. La mesa vieja oscura era la protagonista en ese gran espacio, pues era el sitio de la transformación de las cosas. Anaqueles, repisas y bancos altos, todos del mismo color marrón. Si eras visitante, las paredes no te invitaban a sentarte, sino a caminarlo como si de un museo se tratara. Cuadros, posters, mosaicos, mandalas, fragancias, hojas viejas y secas, fotos, postales, que llevaban a recorrer caminos lejanos y generaciones enteras.
Y así, todo dispuesto en su lugar era el perfecto estado para que la maga descargue su inspiración en alguno de los objetos fantásticos que tanto gusto le daban fabricar. Tijera, aguja, hijo, fibra, piedra, semillas, todo material en mano se convertía en la extensión de sus brazos delicados pero fuertes. 
Ese día en la mañana la maga había salido al bosque cercano a recoger las primeras hojas secas para completar un cuadro de motivos de otoño que lo había soñado. Cuando se fijaba en las formas y los colores de las ramas y las hojas, encontró una bolita blanca de plumas blancas a los pies de un viejo aliso. Pensó que podía dejar su cuadro para otro día porque sintió la urgencia de transferir la bolita de plumas a un atrapasueños para alguien que seguramente tiene triste el alma.
Ni bien regresó a su taller, tomó fibras, hilos azules infinitos y dorados. Inspiración, delicadeza, alegría, creatividad, materializados en un pequeño amuleto de sueños. Pero, ¿por qué un atrapasueños? Pues se dice que al caer la noche y mientras permanecemos dormidos, las puertas de lo profundo se abren, dejando bien expuestos nuestros pensamientos y las entrañas. Así, se hace necesario un pequeño objeto cazador que los proteja completos, pero que a la vez también nos revele qué es lo que tenemos escondido y qué nos hace ser lo que somos.
“¡Un atrapasueños en un día!”, exclamó para sí la maga. “¡Esto sí que es un récord! Seguramente quien lo necesita tiene una gran urgencia”.
Al siguiente día, su taller abrió las puertas y se convirtió en una muy particular tienda-taller. Era día de feria en la ciudad. Todos los vecinos vestidos de domingo relucían muy elegantes a la usanza de la época. Sus paseos tranquilos dejaban estelas de azahar, mientras disfrutaban un cono de helado, de espumilla o un vasito de ponche. 
“Estos días parecen jaranas”, pensaba la hechicera. Estas jornadas siempre le ponían alegre, mucho más de lo que suele estar.
Ya cerca de cerrar la tienda, entra un hombre de mirada taciturna. Su aspecto era limpio, pero parecía cargar el cansancio de haber ya caminado mucho por la vida, y parecía buscar algo sin entender ni entenderse. Ella lo siguió discretamente con la mirada mientras él paseaba por entre los objetos de fantasía, y se alegró más cuando los ojos de él se fijaron en el atrapasueños de plumas del bosque. Lo tomó tímidamente y acarició sus fibras que tan suaves estaban, pareciendo haber encontrado una partecita de lo que necesitaba. La maga se acercó y le dijo que son las cosas, como las personas, las que llegan a nuestras vidas cuando las necesitamos, incluso sin ser conscientes de que las procuramos. 
El reloj cantaba las 4 de la tarde de ese domingo y el olor de café volvía a inundar el taller. El hombre sonrió mientras pagaba por su objeto necesario. La maga se preguntó si sería por el atrapasueños o el aroma de café que tanto suele gustar. De todas formas, amable como era ella, le invitó a tomar una tacita caliente para abrigar las palabras, pues las cosas necesarias para las penas se presentan unas veces como unos reveladores atrapasueños o como personas que nos escuchan mientras toman café detrás de un gran viejo ventanal.

Escritura creativa

En esta tarde-noche estuvimos creando amuletos de palabras, magia, cantos y color. Gracias Marlene A. Danilo B. Viviana B. Amparito Ch. Mirian A. Andrea E. Tomás B. Isabel G. e Isabel A. por ser parte del vuelo.

Escritura creativa

 GOTAS, GOTITAS, GOTERONES Y GOTAZAS

Por Marlene Arévalo

 

Cuando las nubes se ponen grises,

Es señal que la lluvia se avecina.

Hay lluvias cuyas gotas de agua fresca,

Al caer el suelo las absorbe

Y las lleva a sus entrañas para calmar su sed.

Hay lluvias que traen a la memoria la época de la infancia,

Cuando saltar charcos era la mayor diversión,

O hacer barcos de papel para ponerlos a navegar

En riachuelos formados por goterones caídos,

Hay lluvias cuyas gotitas parecen lágrimas que caen suavemente

son música a los oídos, nos arrullan y ponen a soñar,

Llenando el corazón de emociones, recuerdos y nostalgias,

O quizá son inspiradoras y a la reflexión invitan.

Hay lluvias que causan miedo, caen gotazas de agua,

Acompañadas de relámpagos que brillan intensamente,

Con truenos ensordecedores, retumban y el silencio alteran

Pareciera que el cielo se cae.

En cualquiera de los casos, las gotas, gotitas, goterones o gotazas,

Siempre es lluvia bendecida.

Crea tonadas diversas, ya sean tristes o alegres,

Todo depende por cierto del oído que la escuche.

 

 

 

 

 

lunes, 19 de abril de 2021

Escritura creativa


Por Viviana B.

 

Cuando conocí el aeropuerto

Montañas verdes, de tonos dorados y naranjas grises que reciben baños de sol por entre las nubes. Ese era el paisaje en las mañanas que pronto la tía Eugenia dejaría de ver. Frío de rocío que se cuela entre los huesos; hierba mojada tocada por la noche. Esas eran las sensaciones que la tía dejaría de sentir.

¡Qué decisión tan difícil esa de alejarse de sus hijos y de su tierra!, me digo hoy. En aquel tiempo yo no entendía nada de lo que sucedía. Solo veía llorar a sus hijos a causa del vacío que dejaba en el estómago la digestión de la colada de máchica que a duras penas se hacía alcanzar para todos en la casa. Ahora entiendo la tristeza de los días previos a su partida. Lo recuerdo como un sueño que se mezcla con voces en llanto y promesas de visitas de cumpleaños.

Ahora entiendo que son historias de migración.

El día previo a su salida nos embarcamos toda la familia en el bus rumbo a Quito desde nuestro pueblito, del cual poca conciencia tenía de cuán lejos de todo estaba. La abuela, mi madre, mis tíos, mis primos, la tía Eugenia, bien sentados en esos asientos de plástico forrados. Todos listos estábamos con cobija en mano para tratar de dormir las 10 horas que duraba el viaje en ese tiempo.

¿Dormir?, ¡qué va! El insomnio del viaje lo tuve que pasar contando las gotas transpirantes que se formaban en la ventana. Una, dos, tres, cuatro gotas caían. Parecía que ellas estaban en competencia. A pesar de la noche, pude también distinguir, aunque poco, las siluetas majestuosas del Chimborazo y de alguna otra montaña que tímidamente se dejaban aclarar en esa noche de luna. Y así, pues, no pude dormir.

Ya bien entrada la mañana llegamos a la ciudad. ¡Qué grande se veía y qué peligrosa también!, le dije a mi madre. Desde ahí, nuestro destino era el aeropuerto, desde donde salían los aviones que se llevan a la gente.

Yo sentía que era una tremenda emoción saber que al fin iba a ver un avión de cerquita, así se tratase del que se iba a llevar a la tía para el norte. ¡Qué suerte!, pensaba yo que ni siquiera había visto alguna vez ni el mar, ni Quito, ni nada. Los niños de ese tiempo, como yo, a lo mucho podíamos aspirar ir a las ciudades vecinas con nuestros padres a hacer las compras de zapatos, medias, o cajas de colores baratas para iniciar el año escolar. 

Apuradas mi abuela, mi madre y la tía Eugenia preguntaron entre los transeúntes las rutas de los buses al aeropuerto. Nos subimos con apremio a uno. Y con nosotros, un niño más pequeño que yo también se trepó profesionalmente a vender caramelos. Recuerdo que yo tenía unas ganas locas de uno de miel, pero me daba pena pedir. Pensaba que seguramente era el hambre sin desayuno.

Llegamos. Y al aeropuerto de ese tiempo lo recuerdo como una gran caja metálica, llena de balcones, con vidrios que reflejaban las montañas de en frente y el cielo intenso. Gente corriendo, arrastrando maletas como si se atrasaran a la vida o huyeran de algo.

Ahí dentro esperamos y esperamos hasta que, supongo, anunciaron que ya había que decirle adiós a la tía Eugenia. Los silencios antecedieron al llanto, y los llantos al silencio de nuevo. Sus hijos se agarraban a la camiseta de la tía a la altura del ombligo entorpeciendo la partida. Tristeza alrededor y las palpitaciones que se sentían en los abrazos se combinaban con las manos sudadas de los nervios y las lágrimas.

Yo no entendía nada. Ahora quizás un poco más. 

El día de la despedida era solo el inicio de un largo éxodo de otros vecinos mi pueblito y de los pueblos cercanos, de más familiares y amigos que también se fueron a la tierra de los dólares, moneda que poco después también se convertiría en nuestra moneda. 

Hoy, a todos ellos les llaman migrantes. Ahora son un número, sobre todo cuando mandan remesas, pero de sus historias nadie conoce, quizás a nadie le importan. Estos son los migrantes, aquellos que dejaron sus montañas verdes, de tonos dorados y naranjas grises por un avión.

miércoles, 14 de abril de 2021

Escritura creativa

Por Vanessa Padilla

Como caracol, avanzo empapada arrastrando el ombligo sobre la memoria y el llanto, caen a chorros los lamentos sobre la tierra en que con flacura fui improvisando en medio del insomnio, las puertas del sueño nocturno se cerraron a mí enseñándome a soñar despierta para que la fertilidad del tiempo bañe con su sangre los segundos perdidos en la incertidumbre de cada gotita de café con leche al ser sorbida sin pan en el vientre. Temblequeando decido renunciar al hastío y me zambullo en una lluvia de adioses no dichos, me emborracho con un palpitante grito silencioso, no suena, pero vibra. Me sumerjo en lo profundo de una colina donde la viscosidad de la tierra me embadurna, me envuelve, vuelvo a ser un feto, me abrazo a mí misma, estoy en el vientre de la tierra, me entrego y recae sobre mí como un puño la culpa de no decir te quiero cuando te tengo en frente, desde mi ombligo se desata el cordón que me une a tu alma, sigo improvisando, pero ahora lo hago en el sueño profundo. Agradecida me despliego y en silencio me acerco a vos, para decirte que te quiero, pero te digo adiós.

 

Escritura creativa

 La Luz

Por Danilo Borja

Combustión, chispas, risas, y esperanza pueden engendrar luces que emprenden caminos en todas direcciones y que pueden hacer diversas metamorfosis. La luz que se crea por combustión generalmente dura poco. Esta luz segrega sentimientos negativos, como el resentimiento y la desesperación, causando el llanto de los cuerpos que se tiñen de ella. Cuando las chispas provocadas por el estrellamiento de dos rocas generan luz, esta última se asemeja a la sonrisa de un cocodrilo: es intangible, fugaz y fría. Esto sucede porque las rocas son inflexibles, muy viscosas y opacas. Nunca se muestran como son. Es por eso que a la luz que su choque produce, no le queda de otra que extinguirse. No tiene alma y está llena de vergüenza. Se evapora para que nadie sepa de dónde viene. La luz de las risas tiene orígenes y destinos muy heterogéneos y bastante predecibles al mismo tiempo. Cuando la risa es cálida, inocente, ética y colectiva, su luz puede traspasar cualquier cuerpo y encender cualquier materia. Almas enteras pueden entrar en calor y abrazar las carcajadas que se nutren por estos sentimientos. Plantas, ríos, animales y el agua vibran al unísono de un jajaja sincero. El sentimiento se replica hasta el infinito. Por el contrario, si la luz nace de risas maliciosas, egoístas y envidiosas, ésta retumba, estremece y hasta derriba almas. Esta luz puede hacer mucho daño si no conoces que se la extingue con una antorcha de ser y estar. Es más difícil apagar un fósforo que una de esas luces malnacidas. Sin embargo, la luz de la esperanza es la más maravillosa. Esta luz emana calor, aromas y arcoíris por doquier. Esta luz siembra y cosecha. Siembra y cosecha. Sus frutos segregan paz, tranquilidad y certeza de un futuro utópico y paradisiaco. Cuaja cualquier sentimiento gris y desesperanzador hasta convertirse en el combustible de la misma vida. Siembra y cosecha.

Escritura creativa

 El collage y la cacería de palabras fueron los ejes de nuestra escritura esta tarde-noche. Gracias Marlene A. Amparito Ch. Viviana B. Danilo B. Tomás B. Mirian A. Isabel G. y Andrea E. por sus historias y su presencia.

miércoles, 7 de abril de 2021

Escritura creativa

En esta primera sesión de nuestro noveno módulo hemos realizado relatos de la Amazonía, gracias a Marle A. Isabel G. Viviana B. Isabel A. Andrea E. Mirian A. Danilo B. Marle G. por sus historias y en especial a Danilo por la propuesta.

domingo, 4 de abril de 2021

Escritura creativa

Por Vanessa Padilla

Lo que el tiempo se desvanece, se puede medir en tazas de café. Chiquita espera durante horas, llega siempre con mucha anticipación, para recorrer el lugar, descubrir las señales, imaginar a qué ritmo se acercaría, si ella podría interceptarlo en el camino para abrazarlo, o qué iba a decir, quién hablaría primero, imaginaba escenarios distintos, visualizaba si su cabello estaría recogido o suelto, siempre recogido cuando ella lo quiere suelto, y viceversa, el color de su ropa era siempre el mismo, entonces ahí solo para jugar lo imaginaba con un pantalón naranja, esperaba, esperaba, siempre con ansiedad, con ganas de no arruinarlo todo como era costumbre, ¿le faltaba tenacidad? ¿Le faltaba conciencia? No, chiquita sabía que le faltaba porte y edad. Su andar era un trajinar mariposeando por flores cuya miel no saborearía, solo una decisión rotunda, una conexión universal, y un milagro de la Pachamama podrían dejar que sucediera algo distinto a las escenas bochornosas que su tartamudeo generaba. Han perdido el tiempo los dos, siempre ella más, porque llega tan temprano y él es muy impuntual.

viernes, 2 de abril de 2021

Escritura creativa

El martes 6 de abril iniciaremos el NOVENO mes de talleres virtuales de escritura creativa. Este proyecto se ha mantenido gracias a la constancia y alegría de los participantes, cada letra, cada minuto, cada historia contada construye esperanza y nos sostiene.  

Escritura creativa

Por Andrea Enríquez 

Estaba caminando a paso rápido. La mochila que llevaba era casi de mi tamaño, o por lo menos su peso me hacía sentir que me amarcaba a mí misma. Los hombros dolieron tanto, hasta que afortunadamente deje de sentirlos. No aflojo el paso. El sombrero, la botella de agua, el canguro; todo está en orden. Noche, día, noche, día, dicha. Llego a un nuevo destino, se nota que es temporal. Respiro, saco las cartas, las extiendo a lo largo de la mesa. Están boca abajo. Su presencia me da paz, son mi guía, mi diario, mis amigas. Con mi mano derecha trato de sentir lo que me dicen mientras las recorro sin tocarlas. Algunas son frías, en otras puedo percibir calor, otras me evocan colores. Eres "paz y prosperidad", te llamaría mejor "consuelo" con cariño, con ira te llamaría "placebo". Sé que tratan de cuidarme, pero preferiría que me enseñen la crudeza que el futuro nos va a traer, a esta bana ilusión de que estamos bien. Recojo mis cartas, no me han dicho nada fuera de esta noche, no me han dicho nada fuera de este instante. Hoy fueron un abrazo.

Noche, día, noche, día, no. Otro destino. Vuelvo a extender mis cartas en esta nueva mesa, enciendo una vela, lleno el vaso con agua. Respiro. Háblame de futuro. Con mi mano derecha las sobrevuelo, esperando que alguna me responda. En el último tercio del recorrido, justo bajo el paso de mi mano, una carta vibra, salta y queda pegada a mi palma. Suavemente giro mi mano para encontrarme con su voz. Crea, me dice. Han pasado algunos años desde la noche en que mis cartas me hablaron de futuro. El creador me dijo que yo también creaba, en cada acto, en cada decisión, en cada garabato y movimiento Aquella noche las cartas no sólo hablaron, ellas también abrieron mis ojos. El destino no es un punto fijo, el destino es la forma transformable y adaptable en la que vivimos. Cada lugar fue un destino final, ahí se quedó un poco de mí y yo me llevé también un poco de allá. Cada partida fue muerte y vida. Creo porque existo y viceversa.

Despedida

El cielo de la añoranza me cubre, una dicotomía entre calidez en la piel y un frío que penetra hasta los huesos, se va pintando un lila suav...