LA FOTOGRAFÍA
Por Amparo Chiriboga
La puerta sonó al abrirla y se dibujó una leve luz que alumbró la obscuridad de aquel lugar. Amanda bajó las escaleras y entre tantos objetos guardados, vislumbró un bulto, cubierto con un tapiz que a pesar del polvo, dejaba ver sus colores y diseños. Retiró el tapete y se encontró con un baúl, titubeó, no sabía si tenía derecho a mirar lo que en él se guardaba, posiblemente recuerdos familiares, o secretos bien guardados… lo que fuera, se quedó mirado el baúl por varios minutos, queriendo entender sus emociones, su angustia un tanto inexplicable, quizás porque es lo que se siente hacia lo desconocido.
Lo abrió con tal solemnidad, queriendo rendir honor a quienes habían guardado esos recuerdos. Entre todo lo olvidado, encontró un álbum, y miró a personas que no conocía, y otros a quienes su memoria registraba, pero no sabía su nombre, del álbum cayó una fotografía un poco desgastada, como primer instinto, la acercó a su nariz, la olió, la palpó y finalmente la miró. Era un bebé envuelto en una cobija, su mirada tierna y su rostro un tanto impredecible… Miró atrás, leyó, una fecha y un nombre… No le decía nada. Pero podía sentir mucho.
Siguió ojeando el álbum y una vez más, se sintió atraída por otra fotografía, esta vez, reconoció a quien en ella estaba, cómo olvidar esa sonrisa y esa mirada dulce, comprensiva, podría parecer dura, pero sabía que detrás de ella, sólo había el más inmenso amor. Era su padre, y la niña a quien cargaba era ella, dio la vuelta a la foto y se encontró nuevamente con el mismo nombre y la misma fecha… pero no entendía que quería decir. La niña era ella, estaba segura, pero ese no era su nombre, ni su fecha de nacimiento… la duda la llevó a seguir buscando entre los objetos del baúl y las fotos, pero no encontró nada.
Su padre, el de la foto, había emprendido el viaje hace ya varios años, hacia lo que llaman el cielo, ella prefería llamarlo "el sendero", había tomado otro rumbo e iba trazando un sendero en el que posiblemente algún día, ella lo alcanzaría.
Esa fecha y nombre seguían ocupando su mente, tenía que averiguar qué significaba. Pensó en su madre, pero ahora ella estaba más distante que su padre, estaba a su lado, pero no podía indagar en la memoria de quien olvidó que la tenía. Respiraba agitada, intranquila, sabía que la niña de la foto era ella, pero ese no era el suyo y esa fecha no le decía nada.
Cerró los ojos y trató de recordar detalles de su infancia tratando de encontrar respuestas, no halló nada. Continuó con la búsqueda y entre páginas pegadas del viejo y deteriorado álbum, su mirada la llevó a una foto, que la recordaba perfectamente, porque tenía un agujero, quien faltaba era ella, se había auto eliminado, porque llevaba unos rizos de Lulú que odiaba, recordó entonces la picazón que le provocaba las medias nylon con que su madre le sujetaba el cabello para obtener los rizos de Lulú de los cuales se enorgullecía, pero quien los llevaba, los odiaba.
Sonrío recordando esa escena, y luego volvió su incertidumbre, VERÓNICA, 11-07-1971. Era el año de su nacimiento, pero no el día, ni el mes. Después de varios minutos, tristemente se dio cuenta de que la búsqueda había terminado, no había más recuerdos en el baúl, sólo preguntas sin respuesta. ¿Qué debía hacer? ¿A quién acudir? Suspiró profundo y sintió el abrazo cálido de papá y las manos suaves de mamá peinando su negra cabellera, que lucía los rizos que nunca le agradó llevar, pero su madre era la más feliz al verla.
No podía remplazar esos recuerdos, gratos e innumerables vivencias, por la duda, por la incertidumbre. Volvió a guardar todos los recuerdos, sabiendo que en ella había cambiado algo, pero sabía que fuera lo que fuera, nada remplazaría el amor de quienes acompañaron cada uno de sus pasos y ofrecieron sus manos para levantarla cuando caía.